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RICHARD BLOOM

Mi nombre es Richard Boom, nací en una pequeña comunidad llamada Colony, al este de la capital, a no más de cien kilómetros. En mis primeros años amaba indagar el campo, desde un pequeño árbol hasta el animal más peligroso. Mis padres Ethan y Cristina, me llenaron de amor placentero, sus límites severos jamás fueron impedimento para crecer en un ambiente de continua enseñanza. Ethan era el más severo, sus consejo sobrepasaban mi edad para comprender. Cristina por su lado intentó siempre contenerme desde el amor y fortificar mis habilidades. En conjunto hacían un gran equipo. Tal equipo a su camino destruía todos los tipos de prejuicios que la sociedad intentaba imponer.

¿Nací asesino?— elevo ni ceja derecha— por supuesto que no. No creo que se pueda nacer así, las circunstancias te llevan de un lado a otro de la vida. Odiaba desde lo más recóndito de mí ser lastimar, n siquiera podía pensar en matar a un animal. Me imaginaba cómo sería y mi piel se erizaba.

— ¿Entonces?— indaga Rooben—

— Entonces sucedió lo que me llevó al otro lado de la vereda. Teniendo tan sólo ocho años, mi vecina Rose, fue brutalmente violada y asesinada por un desgraciado. Un ser que no apreció a una alma inocente que merecía continuar con su vida. Vi su cuerpito destruido sobre su cama cubierta de sangre. Sus ojos perdidos mostraban su última expresión, el miedo intenso que la poseyó en ese momento. Grité, como nunca lo volví a hacer, mi grito desgarrador fue la alarma que avisó a todos lo sucedido. Rooben yo solo tenía ocho años, ¿cómo pude comprender tal suceso? No lo hice, nadie me explicó. Nada sucedió, mi alma solo se fue detrás de Rose. Como el viento lleva a las hojas en otoño. Mí misión fue comprender en que mundo vivimos.

Rose descansa en una fosa poco profunda junto a sus padres que fallecieron de tristeza al ver como la justicia se olvidó de su hija. Nunca dieron con el asesino dado que arruinaron todas las evidencias. Mi enojo eclosionó de manera desmedida en el funeral de esos padres. Imaginar que su Rose fue brutalmente arrebatada de sus brazos. Con el paso del tiempo, entrando a los dieciocho años creí ya haberme olvidado de Rose. Pero todas mis elecciones de carreras universitarias diferían de esos pensamientos. Primero psicología, luego criminalística, más tarde cursos de manejo de armas. Ya con treinta y dos años mi vida circulaba por las vías normales. En mi consultorio atendía a víctimas de abusos y los fines de semana me encargaba de casos sin resolver ayudando a mi amigo, Jack Ryan, detective de la policía de la capital.

Una tarde, que nunca me olvidaré, siendo el 18 de abril del 2010, Lucy se presentó golpeada, con su tabique roto. Un ojo cerrado y el otro apestado de miedo. ¿Cómo uno no puede reaccionar a algo así?— Mis ojos presentan furia al recordarlo— quería asesinar al maldito esposo. Quería colocar mis manos en su cuello, deseaba que su vida se esfumara en mi presencia. Pero una fuerza interior me indicaba que no era lo correcto. Intenté calmar a Lucy, explicarle el peligro que corría. Él no se iba a detener, jamás dejaría de golpearla—bebo un pequeño sorbo de agua que el fiscal me acercó— finalmente sucedió lo que más temía.

—Ella terminó muerta—indica con seguridad—

— Él murió en manos de Lucy—me apronto en decir—

— ¿A qué se debe tu temor?

— Lucy no estaba preparada para semejante acto. La cárcel la esperaba pero un disparo en su sien se le cruzó en el camino. El suicidio fue la via de escape más rápida para olvidarse de lo sucedido.

— ¿Qué es lo que te aqueja tanto?— indaga con sabiduría—

— Difícil de explicar, prometo decirlo luego de mi sentencia…

— Está bien— hace un movimiento con la mano para que continúe—

— La vida se volvió tediosa, las sesiones más extensas y con una gran cantidad de víctimas. La violencia no discrimina. Víctima tras víctima caían una detrás de la otra. Logré salvar una entre tantas pero muchas terminaron bajo tierra. Cada noche con un vaso de vodka germinaba la idea de comenzar a hacer justicia por mano propia. Antes de que digas algo, sé que no es correcto. ¿Pero quién dicta que lo es?,¿Se puede confiar en ellos?

— Sí— responde con seguridad— las leyes están para ser acatadas.

— ¿Pero a qué costó?— indago con molestia— las condenas son leves en comparación al daño que se genera. Mientras las víctimas claman justicia y está última solo se dedica a buscar la manera de dejar libre a los culpables. Piden evidencias. Se las entregan y no son suficientes. Y cuando un caso genera hervor social se atrapa al primero que aparece con el objeto de silenciar a la masa. Querido fiscal esta es la sociedad en la que vivimos.

— Dejemos de lado la política social y nos ocupemos de lo que nos interesa— sus ojos demuestran molestia—

— ¿Solo le interesa como cometí mis asesinatos?

—Si, por eso estamos aquí— resopla—

— Estamos aquí, porque yo lo quise así. No te olvides que fui yo quien se entregó a las autoridades. Pero está bien… Comenzaré con mis confesiones.

Mí primera víctima fue El Abuelo, sabes su nombre, por lo que prefiero llamarlos a todos por seudónimos. Este ser inmundo que se encargaba de vender pequeñas a hombres millonarios con fines sexuales. Él se manejaba con suma facilidad. Se dirigía a países pobres, compraba “mercancías” a monedas y las vendía a millones, pero su mejor arma era el secuestro. Sus clientes eran bastante particulares.

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Richard Bloom: Proyectos
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